INTRODUCCIÓN
Este viaje los hemos realizado con otra pareja. Ha tenido una semana de duración, entre el 30 de marzo y el 5 de abril de 2024, durante las vacaciones de Pascua.
El medio de transporte ha sido un monovolumen Seat Alhambra para llegar de casa al aeropuerto de Valencia. Desde allí hemos volado a Roma donde hemos alquilado un MG ZS para llegar a nuestro alojamiento en Angri, muy cerca de Pompeya. Desde allí hemos ido haciendo las distintas visitas, a Nápoles y a la Costa Amalfitana.
El recorrido total ha sido de unos 850 km (a los que se suman los 300 km de ir y volver a Valencia).
EL VIAJE DÍA A DÍA
DÍA 1: SÁBADO 30 MARZO: VUELO A ROMA-ANGRY (Km)

Hoy nos hemos levantado a las siete de la mañana y, a las ocho, hemos recogido a Lola y Antonio para dirigirnos a Valencia, desde donde parte nuestro vuelo. Contamos con suficiente margen de tiempo, tanto que aún no nos permiten facturar el equipaje, por lo que decidimos tomar un café mientras esperamos. Una vez realizada la facturación, pasamos sin demora el control de seguridad y nos dirigimos a la zona de embarque. La espera transcurre con tranquilidad, hasta que subimos al avión que despega con un ligero retraso. Pese a ello, aterrizamos en el aeropuerto de Fiumicino, en Roma, antes de las cuatro de la tarde.
Tras recoger el equipaje facturado, nos dirigimos a la oficina de alquiler de vehículos, donde tenemos reservado un coche con la compañía Ok Mobility. Allí nos atiende una chica que intenta vendernos un seguro a un precio más alto que el propio alquiler del coche. Le decimos que no porque ya hemos contratado un seguro de devolución de franquicia por si pasara algo. Insiste mucho y el último día comprenderemos la razón. Nos asignan un MG de fabricación china, con un diseño llamativo. Después de algunos intentos infructuosos por configurar el navegador del vehículo con mi móvil y el de Javier, logramos solucionarlo gracias al de Lola y emprendemos el trayecto hacia Nápoles, concretamente hacia Angry, localidad en la que hemos alquilado un apartamento, muy cerca de Pompeya.
Durante el viaje por la autopista, nos llama la atención el paisaje que nos rodea, con una vegetación exuberante y completamente verde que no esperábamos estando tan al sur del país.
A mitad de camino, un accidente provoca un importante atasco que nos retrasa más de treinta minutos. Cuando finalmente podemos continuar la marcha, ya ha anochecido. Llegamos a Angri alrededor de las 20:30. Allí nos recibe Gaetano, el propietario del apartamento, acompañado de su hijo. Nos explica brevemente los aspectos más relevantes de la vivienda y en cuanto se marcha, sin demora porque se acerca la hora del cierre, nos dirigimos a un supermercado Carrefour próximo, en Pompeya, donde al día siguiente tenemos prevista la visita, con el fin de aprovisionarnos de alimentos para la cena y los días posteriores.
El apartamento resulta acogedor y cuenta con dos amplias habitaciones con acceso a terrazas, una cocina con zona de comedor —abastecida con desayuno suficiente para dos semanas— y un salón con sofá y una gran televisión. No obstante, encontramos algunos inconvenientes: una de las habitaciones carece de armario, disponiendo únicamente de un perchero tipo «burro», y el baño principal tiene una bañera sin mampara que hace difícil darse una ducha. Como aspecto positivo, tenemos a nuestra disposición una cafetera italiana con abundante café.
Tras la cena y agotados de la jornada, nos retiramos a descansar. Esta noche se produce el cambio de horario y mañana debemos madrugar.
DÍA 2: DOMINGO 31 MARZO: POMPEYA

A las 7:30 de la mañana nos hemos levantado algo somnolientos debido a la hora perdida con el reciente cambio horario. Durante el desayuno, hemos vivido un pequeño incidente con la máquina de café que expulsaba líquido por todas partes a modo de fuente. Menos mal que al menos hemos conseguido un café decente para reponer energías para la jornada que nos aguarda.
Nos trasladamos a Pompeya en coche y optamos por estacionar en el aparcamiento más cercano a la entrada, que, si bien es el más conveniente, también resulta ser el más costoso, con una tarifa de 4€ por hora.
Tras hacer cola para sacar los tickets preguntamos en taquilla sobre la posibilidad de obtener algún tipo de descuento presentando mi carnet de docente y el documento de identidad de Antonio por estar en edad de jubilación y nos remiten a otra taquilla cercana. Sin embargo, cuando finalmente llega nuestro turno, el operario nos informa de una mala noticia: no existe ninguna bonificación aplicable, debemos abonar la tarifa completa de 18€ cada uno.
Accedemos al recinto a través del “Antiquarium” y recorremos el Viale delle Ginestre hasta ingresar en Pompeya por la «Caserna del Gladiador». Este edificio, que en su época sirvió como alojamiento para los gladiadores, cuenta con un imponente pórtico con columnas en sus cuatro lados, rodeando un amplio patio central. Desde allí se accede a dos importantes espacios teatrales de la ciudad: el Teatro Grande y el Odeón o Teatro Pequeño. El primero, con capacidad para aproximadamente 5.000 espectadores, se cree que disponía de un sistema de toldos para proteger al público del sol, mientras que el segundo es un recinto más modesto, aunque exquisitamente diseñado, con una estructura completamente cerrada que ofrecía una acústica excepcional.
Nuestra siguiente parada es el Templo de Isis, un elemento singular dentro de una urbe romana, pues se trata de un santuario dedicado a la diosa egipcia. Su construcción se atribuye a un senador romano que, con este gesto, buscaba favorecer la carrera política de su hijo. Nos situamos en el año 79 d.C., y en la ciudad se respira un ambiente electoral: los muros de Pompeya están plagados de inscripciones y grafitis que anuncian a los distintos candidatos a los comicios locales.
Continuamos nuestro recorrido por la Vía Stabiana, una de las arterias principales de la ciudad, hasta alcanzar el primer decumano en la Vía de la Abundancia. Allí visitamos las Termas Stabianas, un magnífico ejemplo de la ingeniería termal romana, donde aún se conservan el frigidarium (sala de agua fría), los vestuarios con sus pequeños compartimentos a modo de taquillas y las distintas salas de baño. En una de ellas se puede observar el sistema de doble pared utilizado para la circulación de aire caliente, una muestra del avanzado conocimiento arquitectónico de la época.
Seguimos nuestro recorrido por la Vía de la Abundancia y ascendemos hasta la «Casina dell’Aquila», una construcción moderna inspirada en la arquitectura pompeyana y situada en un punto estratégico que ofrece una vista panorámica de toda la ciudad. Allí esperábamos disfrutar de un café, pero nos encontramos con la decepcionante sorpresa de que el establecimiento está cerrado. Al menos, disponemos de un baño.
Proseguimos nuestro paseo explorando diversas casas restauradas y otros vestigios de la vida cotidiana en la antigua Pompeya. Nos detenemos en una lavandería, donde observamos las grandes balsas utilizadas para el lavado de la ropa, en las que se empleaba orina como agente limpiador, una práctica habitual en la época.
También vemos varios lararios, pequeños altares dedicados a los dioses protectores del hogar, así como suntuosas viviendas patricias que aún conservan su estructura original, con sus impluviums para la recogida de agua de lluvia, sus cubículos y sus elegantes peristilos ajardinados. Algunas de estas residencias nos sorprenden por sus suelos decorados con intrincados mosaicos y por la riqueza de sus frescos, entre los que destaca la Casa del Frutteto, cuyas pinturas murales representan exuberantes escenas de plantas y frutales, testimonio del refinado gusto artístico de la Pompeya del siglo I.
Vamos caminando hacia el anfiteatro, realizando una breve parada para contemplar la Palestra, una imponente edificación de planta cuadrada, caracterizada por una hilera de columnas a cada lado sosteniendo el techo que las cubre y rodeado un amplio patio central.
Accedemos luego al anfiteatro a través de una de sus puertas de entrada, descendiendo hacia la arena mientras observamos a ambos lados los fosos donde antiguamente se preparaban los gladiadores para el combate. Esta estructura es testimonio del esplendor arquitectónico del Imperio Romano.
Finalizada la visita, nos detenemos en el exterior, apoyados en la pared de la Palestra, bajo la sombra de un frondoso pino, para disfrutar de un almuerzo a base de bocadillos preparados en casa. La tranquilidad del momento se ve animada por la presencia de palomas, a las que ofrecemos algunas migajas de pan.
Continuamos nuestro recorrido en dirección a la necrópolis de Nocera, uno de los cementerios de Pompeya, situado extramuros. Resulta un agradable paseo casi campestre con cipreses enmarcando impresionantes monumentos funerarios, algunos de los cuales se encuentran excepcionalmente bien conservados.
A través del arco de la Puerta de Nocera, nos adentramos de nuevo en la ciudad para visitar la Casa del Triclinio en abierto, una espléndida residencia que conserva dos triclinios, uno de ellos ubicado en el jardín, probablemente utilizado durante los meses estivales. Este extenso jardín cuenta con un elaborado sistema de canales de agua que interconectan diversas balsas, reflejando el ingenio de la ingeniería hidráulica romana.
Siguiendo por la Vía Estabiana, alcanzamos la Casa de los Vettii, una de las residencias más notables de la ciudad. Dedicada a Príapo, cuya imponente pintura adorna la entrada. Esta casa destaca por la exquisita decoración de sus estancias. Entre ellas, resalta una habitación orientada hacia el peristilo, cuyas pinturas representan pequeños querubines realizando diversas tareas, lo que la convierte en una de las más bellas de Pompeya. Propiedad de dos hermanos libertos, la casa alberga, además, un hermoso altar (larario) en la zona destinada a los triclinios.
Frente a ella se encuentra la Casa del «Amorini Dorati», denominada así debido a la presencia de un medallón dorado hallado en su larario, ubicado en el elegante peristilo de la vivienda.
Proseguimos nuestra visita en la Casa del Fauno, una de las más vastas y fastuosas residencias de Pompeya. Su propietario, probablemente un próspero comerciante, dejó reflejada su riqueza en la opulencia de su «palacio», adornado con una fuente central, columnas de mármol y magníficos mosaicos diseñados para impresionar a sus visitantes.
Tras esta visita, hacemos una pausa para degustar un café capuchino, antes de adentrarnos en las termas del foro. Allí, un «influencer» acapara la atención de los visitantes con poses exageradas, mientras aguardamos nuestro turno para hacer alguna foto. Exploramos las distintas estancias de estos baños públicos, que constituyen un magnífico ejemplo de la vida cotidiana en la antigua Pompeya.
Finalmente, llegamos al Foro, el corazón de la ciudad, una gran plaza rectangular rodeada de templos, comercios y edificios administrativos. Recorrer sus construcciones nos permite imaginar la vibrante actividad que en su época albergaba este espacio central.
Tras hacer innumerables fotos y recorrer sus rincones, damos por concluida la jornada, pasando por los puestos de recuerdos antes de coger el coche para regresar a casa.
Tras una cena nos retiramos a descansar, exhaustos pero satisfechos con la experiencia vivida en este extraordinario viaje al pasado.
DÍA 3: LUNES 1 ABRIL: NÁPOLES

Hoy nos hemos recreado un poco y llegamos a Nápoles sobre las 10 h. Nos equivocamos de entrada al parking y tenemos que rectificar dos veces hasta conseguirlo. Es un parking bastante nuevo junto a la Estación Central que encontramos ayer a través de Google Maps. Aparcamos en la 3º planta, que es una terraza abierta, y desde allí accedemos fácilmente a la estación donde localizamos la oficina de turismo, que resulta ser un simple mostrador al aire libre. El joven encargado nos atiende con escaso entusiasmo y, al solicitar un plano de la ciudad, nos ofrece uno por 2 €, proporcionándonos indicaciones con evidente desinterés.
Atravesamos la Piazza Garibaldi, una de las principales plazas de la ciudad, nombrada en honor a Giuseppe Garibaldi, figura clave en la unificación de Italia. Desde allí tomamos la bulliciosa Via dei Tribunali, una de las arterias más representativas del centro histórico, hasta llegar a la Catedral de Nápoles. Conocida como el Duomo di San Gennaro, es un imponente templo gótico dedicado a la Asunción de la Virgen. Su fachada neogótica, remodelada en el siglo XIX, da paso a un interior ricamente decorado con frescos, mármoles y una majestuosa nave central que refleja la fusión de estilos arquitectónicos a lo largo de los siglos.
Visitamos su interior y adquirimos entradas para acceder al Baptisterio de San Giovanni in Fonte, considerado uno de los más antiguos de la cristiandad. En su cúpula se conservan restos de mosaicos de gran valor artístico y religioso, entre los que destaca la escena de las bodas de Caná, prácticamente completa.
De regreso a la calle, decidimos visitar la Iglesia de los Girolamini, cuya entrada no habíamos planificado. Situada en el corazón del centro histórico de Nápoles, es un espléndido ejemplo del barroco napolitano. Su fachada sobria contrasta con la riqueza decorativa de su interior, donde destacan los frescos de Luca Giordano y las elegantes capillas ornamentadas con mármoles policromos. La belleza de su interior, especialmente el techo, nos sorprendió gratamente.
Continuamos hacia la famosa calle de San Gregorio Armeno, célebre por sus talleres de artesanos dedicados a la elaboración de presepi (belenes napolitanos). La vía está abarrotada de gente haciendo complicado caminar por ella.
Antonio aprovecha la ocasión para entrar en varias de las tiendas que conoció dieciséis años atrás y saludar a alguno de los artistas belenistas que conoció entonces. Les entrega una revista con un reportaje de aquella visita.
Después de tomar unos deliciosos capuchinos en el café Ciorfito acompañados de alguno de sus dulces estrellas, nos acercamos a la «Antica Trattoria del Nilo» por reservar una mesa para la comida.
Desde allí, nos dirigimos a la Iglesia del Gesù Nuovo y más tarde a Santa Clara, pero ambas están cerradas, por lo que decidimos dar un paseo hasta la Piazza Dante, donde se celebra una animada feria gastronómica.
El almuerzo en la Antica Trattoria del Nilo, recomendada por mi sobrino Bruno, resulta excelente. Degustamos “Rigatoni al ragú con ricota” y “Ziti alla Genovese”, platos tradicionales de la cocina napolitana. La comida esta amenizada por Alexandro, un simpático camarero.
La Iglesia de Gesù Nuovo, una de las más imponentes de Nápoles, destaca por su monumentalidad y profusa decoración en paredes y techo. Construida originalmente como un palacio renacentista en el siglo XV, fue posteriormente convertida en templo jesuita. Como particularidad arquitectónica, presenta dos cúpulas: una de gran tamaño, centrada en la cruz, y otra más pequeña en la nave lateral, lo que contribuye a su singular estructura.
La visita continua en el claustro de la Iglesia de Santa Clara, un verdadero tesoro artístico del siglo XIV. Su belleza es realzada por las columnas revestidas con exquisitos azulejos decorados con motivos florales y por los muretes y bancos adornados con escenas costumbristas de la época. Este monasterio franciscano es un testimonio del esplendor gótico en Nápoles y este claustro con la luz de la tarde es un bello decorado para hacer fotos.
A la salida, nos encontramos con un impresionante Belén Napolitano, una tradición artesanal que se remonta al siglo XVIII y que destaca por la minuciosa elaboración de sus figuras y escenarios. Posteriormente, visitamos el interior de la iglesia, donde la sobriedad del estilo gótico contrastaba con la riqueza decorativa de otros templos napolitanos.
Desde allí, descendemos por la concurrida Vía Toledo, una de las arterias comerciales y culturales más importantes de la ciudad. En el trayecto, nos detenemos en la Galleria Umberto I, majestuoso pasaje construido entre 1887 y 1891 siguiendo el modelo de la Galleria Vittorio Emanuele II de Milán. Su estructura de hierro y vidrio sigue siendo un emblema de la arquitectura del siglo XIX.
Antes de llegar a la Plaza del Plebiscito, realizamos una parada frente al Castel Nuovo, también conocido como Maschio Angioino. Esta fortaleza medieval, erigida en el siglo XIII por Carlos I de Anjou y remodelada posteriormente por Alfonso V de Aragón, se encuentra ahora en proceso de restauración. Tras tomar algunas fotografías, proseguimos hacia el Palacio Real, una de las residencias históricas de los monarcas borbones.
Finalmente, llegamos a la Plaza del Plebiscito, presidida por la Iglesia de San Francisco de Paula, inspirada en el Panteón de Roma. Lamentablemente, encontramos sus puertas cerradas. En la zona de los jardines del Palacio Real, el viento comienza a soplar con fuerza, haciéndonos desistir de la visita al Castel dell’Ovo.
Optamos pues por hacer una pausa y dirigirnos a Gambrinus, donde, después de una larga cola, conseguimos mesa y podemos disfrutar de cuatro cafés brasileños y dos sfogliatelle, un clásico de la repostería napolitana. El precio por la consumición nos parece elevado, pero la experiencia vale la pena, considerando que en ese lugar han estado figuras como el Papa y Angela Merkel.
Para regresar, tomamos el metro en la estación de Toledo, famosa por su impresionante diseño inspirado en el mar y su icónica escalera de 40 metros de altura. Planeamos hacer la “Ruta del Arte” por las estaciones de metro. Sin embargo, la estación de Municipio, recomendada por el chico de la oficina de turismo, nos resulta decepcionante al no encontrar en ella el valor artístico esperado. Debido a la lluvia y a que el acceso al parking desde la estación se encuentra cerrado por estragos del viento, tenemos que salir a la calle y caminar bajo la lluvia hasta el coche.
Finalmente, tras nuevos inconvenientes con la conexión del móvil al vehículo, logramos regresar a casa con el deseo de disfrutar un pequeño refrigerio antes de descansar tras un día lleno de historia, arte y vivencias en la fascinante ciudad de Nápoles.
DÍA 4: MARTES 2 ABRIL: RAVELLO – AMALFI -ATRANI

Nuestro destino de hoy es la ciudad que da nombre a la célebre costa del sur de Nápoles, Amalfi. Esta región, famosa por sus impresionantes acantilados y su legado histórico, ha sido durante siglos un enclave crucial en el comercio mediterráneo y un foco de atracción para artistas, intelectuales y viajeros.
Para alcanzar esta joya de la Costa Amalfitana, es preciso atravesar una escarpada barrera montañosa que discurre paralela al litoral. La carretera, estrecha y sinuosa, asciende paulatinamente hasta casi la cumbre antes de descender de nuevo hacia el mar, ofreciendo panorámicas espectaculares durante el trayecto.
Nuestra primera parada es Ravello, un encantador pueblo encaramado en lo alto de una colina. Aparcamos a la entrada de la localidad en un aparcamiento cubierto y, casi al lado, se encuentra la Villa Rufolo, una propiedad del siglo XIII que ha acogido a papas y monarcas a lo largo de su historia. Su esplendor arquitectónico y la belleza de sus jardines la convierten en una de las principales atracciones del lugar. El compositor Richard Wagner encontró inspiración aquí para la composición de Parsifal, y en su honor, desde 1953, se celebra el prestigioso Festival de Música de Ravello, que congrega a algunos de los intérpretes más talentosos del mundo.
Los jardines de la villa, adornados con exuberante vegetación y balcones floridos, se asoman al acantilado, brindando vistas inigualables de la costa. Además, la finca cuenta con un torreón accesible al público, desde cuya cima se puede contemplar el sobrecogedor paisaje con mayor amplitud.
En la plaza del Duomo, decidimos hacer una pausa para tomar un café en la terraza del Café Klingspor. Aunque el servicio se hace esperar, la calidad del café y el ambiente tranquilo del lugar compensan la demora. Este breve descanso nos permite reponer energías antes de continuar nuestro recorrido.
Nuestra siguiente visita es la Villa Cimbrone, otra construcción de origen medieval que, tras su restauración, ha sido transformada en un exclusivo hotel. Sus vastos jardines, cuidadosamente diseñados, ofrecen rincones de una belleza singular, entre los que destaca la célebre Terraza del Infinito. Situada a 280 metros sobre el mar, esta terraza regala una de las vistas más impresionantes de toda la Costa Amalfitana, un espectáculo que ha cautivado a viajeros y artistas durante generaciones.
Nos dirigimos en coche hacia Amalfi. Pasado el pintoresco pueblo de Atrani, tras cruzar un túnel, encontramos el aparcamiento «Luna Rossa», una opción algo costosa, pero prácticamente la única disponible en la zona. Desde allí, accedemos al centro de Amalfi a través de un túnel peatonal.
Uno de los rasgos más singulares de la localidad son precisamente estos pasadizos subterráneos, que discurren bajo viviendas e incluso iglesias, conectando diferentes puntos del casco urbano. Siguiendo uno de ellos, llegamos a la animada Piazza del Duomo, corazón de la ciudad.
Presidiendo la plaza, sobre una imponente escalinata de piedra oscura, se alza la Catedral de San Andrés (Duomo di Amalfi), una joya del arte árabe-normando. Su historia se remonta al siglo IX, aunque ha sufrido numerosas modificaciones a lo largo de los siglos. La fachada, de vivos mosaicos dorados, refleja la influencia bizantina. Dedicada al apóstol San Andrés, patrón de la ciudad, la iglesia custodia sus reliquias en su cripta. A los pies de la escalinata, en el centro de la plaza, se encuentra una fuente con la figura de San Andrés esculpida en mármol.
La plaza bulle de actividad, repleta de cafés, heladerías y pastelerías que atraen a visitantes y locales por igual. Tras recorrerla en busca de un lugar donde almorzar, nos decidimos por La Antica Trattoria Barracca, donde disfrutamos de una excelente pizza y ensalada.
Tras la comida, al intentar visitar la catedral, nos encontramos con que permanece cerrada hasta las cinco de la tarde. Para hacer tiempo, nos dirigimos al puerto y la playa, donde aprovechamos para tomar fotografías. El cielo está encapotado, y el clima fresco, con un sol que aparece y desaparece entre las nubes.
A la hora prevista, regresamos al Duomo y finalmente accedemos a su interior. Aunque imponente por fuera, su interior nos deja una ligera sensación de decepción, al no cumplir del todo nuestras expectativas. Mientras recorremos sus naves, nos sorprende el ensayo de un grupo de niños que se preparan para su Primera Comunión, un instante que aporta un toque de calidez a la visita.
Antes de despedirnos de Amalfi, hacemos una parada en la histórica pastelería La Pansa, célebre por su repostería tradicional. Adquirimos varios dulces para más tarde, pero la tentación es demasiado grande y decidimos compartir de inmediato uno de sus famosos pasteles de limón, degustándolo en las escaleras de la catedral.
De regreso al aparcamiento, aprovechamos para caminar un poco más y tomar algunas fotografías en Atrani, el pequeño y encantador pueblo vecino, menos concurrido, pero con un aire aún más genuino.
Finalmente, emprendemos el viaje de vuelta a Angri y, antes de llegar al apartamento, hacemos una parada en el supermercado para abastecernos de provisiones.
Cerramos la jornada con una agradable cena que finaliza degustando los dulces comprados en Amalfi. Sin embargo, comparándolos con los de la legendaria Gambrinus de Nápoles, nos damos cuenta de que aquellos siguen siendo insuperables.
DÍA 5: MIÉRCOLES 3 ABRIL: POSITANO – PRAIANO – SORRENTO

Como de costumbre, a pesar de habernos levantado temprano, no conseguimos salir de casa antes de las nueve. Nuestro destino de hoy es Positano, uno de los pueblos más icónicos de la Costa Amalfitana.
Para llegar, tomamos inicialmente la autopista, que discurre en gran parte bajo tierra a través de largos túneles. Sin embargo, al recibir una alerta en el móvil sobre un embotellamiento, optamos por desviarnos y tomar carreteras comarcales. La ruta alternativa nos regala un trayecto mucho más interesante: atravesamos un paisaje rural, con colinas cubiertas de vegetación, lindes de piedra y pequeñas localidades que conservan el encanto de lo auténtico.
En la entrada de uno de estos pueblos, nos encontramos con un coche detenido en mitad del camino, interrumpiendo el paso. Observamos cómo, sin demasiada prisa, trasladan cajas de cartón desde su maletero a una furgoneta estacionada. Tras una breve espera, la conductora logra maniobrar y avanzar, pero justo en ese instante otra furgoneta, que circula en sentido contrario, nos bloquea de nuevo. Pasan unos minutos de incertidumbre hasta que, finalmente, logramos sortear el obstáculo y continuar el viaje hasta alcanzar una carretera en mejores condiciones. Lo de la circulación en esta zona es increíble.
Cuando llegamos a la carretera costera, aún no son las 10:15. Esta vía, que serpentea bordeando los acantilados a gran altura, nos regala vistas espectaculares del litoral. A lo largo del trayecto encontramos pequeños miradores naturales, donde hacemos algunas paradas para capturar la belleza del paisaje en fotografías.
Poco antes de Positano, la carretera aparece ya flanqueada por coches aparcados en las cunetas, confirmando lo que habíamos leído sobre la dificultad de encontrar estacionamiento en el centro del pueblo. Lo intentamos en varios parkings a la entrada, pero las tarifas son elevadas: nos piden 8 € por hora, lo que nos parece excesivo. Seguimos adelante con la esperanza de encontrar una mejor opción, pero pronto nos damos cuenta de que la situación no mejora. Finalmente, resignados, optamos por un aparcamiento estratégicamente situado. Aunque el precio inicial es de 12 € por hora, al dudar y hacer ademán de marcharnos, el operario nos ofrece una rebaja a 8 €, y aceptamos. Al menos estamos a un paso del centro.
Aprovechamos la cercanía de una cafetería para hacer una breve pausa. Disfrutamos de un café acompañado de dos pasteles de crema de limón.
Desde la parte alta del pueblo, Positano se despliega ante nosotros en todo su esplendor. Tomamos algunas de las fotografías más características del lugar, capturando sus casas de colores pastel que descienden en terrazas hacia el mar, un entramado de calles estrechas cubiertas por enrejados de madera entrelazados con buganvillas que comienzan a florecer y que pronto inundarán el paisaje con su vibrante colorido.
Descendemos hacia la Spiaggia Grande, la playa principal, recorriendo las pintorescas calles repletas de tiendas de souvenirs. Muchas de ellas están dedicadas al gran protagonista de la región: el limón, base de productos típicos como el limoncello, jabones aromáticos y dulces artesanales.
Antes de llegar a la playa, hacemos una parada en la Iglesia de Santa María Assunta, un emblema de Positano. Su historia se remonta al siglo X y en su interior alberga una valiosa imagen bizantina de la Virgen Negra, traída, según la leyenda, por monjes benedictinos en el siglo XII. En uno de los laterales, nos llama la atención una gran vitrina que expone un belén napolitano con figuras antiguas. Una visitante española ilumina la escena con la linterna de su móvil, lo que nos permite apreciar mejor los detalles. A cambio, Antonio, como buen belenista le explica algunos aspectos sobre la construcción tradicional de estas figuras.
Finalmente, bajamos a la playa, donde aprovechamos para fotografiar el ambiente y la característica cúpula de la iglesia, decorada con tejas vidriadas en tonos verdes y amarillos. Lamentablemente, el sol no brilla con intensidad, y la falta de luz atenúa el esplendor de los reflejos de la cúpula.
Desde allí, emprendemos una caminata por un sendero asfaltado que bordea el mar en dirección a la playa de Fornillo. El recorrido es especialmente agradable, con unas vistas impresionantes de los acantilados y el Mediterráneo.
Tras regresar al centro y pasear una vez más por sus concurridas calles, decidimos continuar nuestra ruta hacia Praiano, un pueblo cercano donde esperamos encontrar un ambiente menos abarrotado para disfrutar tranquilamente la comida.
Aparcamos en una calle paralela a la carretera y vamos caminando hasta la iglesia. Justo al lado está el restaurante San Genaro y decidimos comer allí, en una terraza con vistas privilegiadas al majestuoso golfo de Salerno. Desde nuestra mesa, Positano se despliega hacia la derecha con sus casas de colores escalonadas sobre la ladera, mientras que a nuestros pies contemplamos la plaza de la iglesia.
Optamos por un menú sencillo pero emblemático de la gastronomía italiana: una pizza Napolitana, otra San Genaro y una ensalada mixta. El almuerzo concluye con los tradicionales «cafés expreso lungo», cuyo aroma y sabor hacen honor a la excelencia del café italiano.
Reanudamos nuestro trayecto hacia Amalfi, avanzando por la legendaria Strada Statale 163, que serpentea entre acantilados y el azul infinito del mar Tirreno. Sin embargo, pronto nos encontramos con la creciente congestión del tráfico, un fenómeno cotidiano en esta ruta costera, célebre no solo por su belleza, sino también por la pericia que exige a quienes la transitan. A pocos kilómetros de Amalfi, decidimos dar media vuelta y regresar a Sorrento, no sin antes experimentar en primera persona el caótico, pero sorprendentemente funcional tráfico italiano.
Motocarros, motocicletas, camiones, automóviles y autobuses parecen moverse en una danza anárquica, al filo del accidente, pero con una destreza que rara vez desemboca en colisiones. En una de las curvas, nos topamos con un embotellamiento: un autobús de la empresa SITA y un camión han quedado encajados, impidiendo el paso. La situación requiere maniobras de retroceso, la retirada de varios vehículos y, finalmente, la intervención de los Carabinieri. Solo tras un meticuloso esfuerzo logran desbloquear la vía, permitiendo que ambos vehículos continúen su marcha.
Mientras tanto, las motocicletas, fieles a su naturaleza ágil e indomable, esquivan con destreza cada obstáculo, como si el caos fuera simplemente un estado natural de la carretera. La escena, que a cualquier otro visitante podría parecer desesperante, tiene algo de coreografía urbana, una suerte de orden dentro del desorden que define, en muchos aspectos, la esencia misma de esta zona de Italia.
Nuestra visita a Sorrento comienza con el estacionamiento en el aparcamiento municipal, desde donde nos adentramos en el corazón de la ciudad. Sus calles, animadas y llenas de historia, nos reciben con un despliegue de tiendas que exhiben productos derivados del cultivo más emblemático de la región: el limón. Desde licores hasta dulces y todo tipo de objetos.
Durante nuestro paseo, hacemos una parada en Umonoro, donde nos ofrecen degustaciones de sus licores y exquisitas pastas artesanales, elaboradas según recetas tradicionales. Finalmente, no podemos resistirnos y adquirimos unas pastas rellenas de crema de limón, un pequeño lujo gastronómico que resume el sabor de la región.
Continuamos explorando los talleres de marquetería, un arte que, en siglos pasados, dio renombre a Sorrento. Esta técnica, que alcanzó su esplendor en el siglo XVIII, consistía en la incrustación de finas piezas de madera para crear intrincados diseños, adornando desde muebles hasta pequeñas cajas decorativas. Hoy en día, este oficio tradicional sobrevive en unos pocos establecimientos, vestigios de un pasado artesanal que resiste la homogeneización del turismo moderno.
En uno de estos antiguos talleres, conocemos a Miguel, un maestro artesano de 83 años que, con admirable dedicación, continúa elaborando pequeños cuadros con distintas variedades de madera. Con amabilidad y orgullo, nos permite contemplar de cerca y fotografiar un belén napolitano de gran valor, realizado por su maestro, a quien se refiere como su «jefe en zucchero». Las figuras están hechas de terracota.
Proseguimos nuestro recorrido con una breve visita a la Iglesia de San Francisco, un apacible templo de origen medieval que alberga en su interior una imagen de la Purísima. Frente a ella, en una antigua vitrina, descubrimos otro belén napolitano.
Desde un balcón-mirador con vistas a la zona de baño de Sorrento, capturamos con nuestra cámara la imponente silueta del Vesubio, que se alza majestuoso sobre la bahía de Nápoles.
Emprendemos el regreso por la autostrada en dirección a Angri, adonde llegamos alrededor de las ocho de la tarde. Tras la cena y como broche final, dos joyas de la repostería local: el Babà, y el pastel de limón de la Pastelería Pansa.
Agotados, pero con las retinas colmadas de imágenes y con mil recuerdos de sabores y experiencias, nos retiramos a descansar, con la promesa de nuevas rutas y descubrimientos.
DÍA 6: JUEVES 4 ABRIL: MAIORI -MINORI – ERCHIE – CETARA- VIETRI SUL MARE.

Por increíble que parezca, antes de las nueve de la mañana emprendemos nuestra ruta. Optamos por la carretera convencional, atravesando la montaña, lo que nos permite disfrutar de un paisaje sorprendentemente verde con el mar como telón de fondo.
Pasamos por Maiori sin mayor importancia y continuamos hasta Minori, un encantador pueblo costero donde encontramos un animado mercadillo. La búsqueda de aparcamiento se convierte en un pequeño desafío, pero finalmente conseguimos plaza en un estacionamiento municipal, donde nos atiende con amabilidad un simpático lugareño.
Nuestro primer destino es la Villa Romana Marítima, uno de los principales atractivos históricos del pueblo. Aunque la visitamos con cierta desgana—después de haber recorrido Pompeya, pocas ruinas logran sorprendernos—no deja de ser un testimonio del esplendor romano en la costa amalfitana. Esta villa, construida entre los siglos I a.C. y I d.C., conserva frescos y mosaicos que evocan la opulencia de la aristocracia romana, quienes encontraban en este rincón del Mediterráneo un refugio idóneo para el descanso.
Tras la visita, descendemos hacia el mar y hacemos una parada en la célebre Sal de Riso, una de las pastelerías más prestigiosas de la región. Allí, disfrutamos de unos capuchinos excepcionales acompañados de dos delicias de la repostería local: el delizia al limone y la ricotta e pera, cuya combinación de sabores y texturas resulta sencillamente espectacular.
Después de algunas fotografías en la playa, emprendemos el ascenso al Belvedere Mortella por el Sentiero dei Limoni, un antiguo camino que serpentea entre bancales de limoneros hasta el pueblo vecino, pero nosotros no haremos más que una extensa escalinata de más de 300 peldaños hasta el mirador. Desde lo alto, las vistas son magníficas: las casas y la costa se despliegan enmarcadas por las terrazas cultivadas de limones, símbolo por excelencia de la economía y la identidad de la región. No obstante, los árboles están cubiertos con telas negras para protegerlos, lo que resta algo de encanto al paisaje.
De nuevo en el coche, continuamos nuestro trayecto hacia Cetara, pero antes hacemos una breve parada en un mirador desde el cual contemplamos una panorámica excepcional. El pequeño pueblo con una atractiva playa y un antiguo torreón no es todavía nuestro destino. Se trata de Erchie. Un rincón encantador situado un poco antes.
Tras las fotos de rigor, retomamos la carretera y, sin darnos cuenta, pasamos de largo Cetara, un núcleo urbano tan diminuto que apenas se distingue desde la vía principal. Regresamos y conseguimos estacionar cerca del puerto.
Damos un paseo por la zona, adentrándonos un poco en el malecón para tener mejores vistas de la localidad y después, dado que tenemos pagada una hora de aparcamiento, decidimos buscar un restaurante para comer.
Inicialmente reservamos en una pequeña pizzería para las 14:00 h, pero, al no haber mesas disponibles a la hora acordada, optamos por un segundo establecimiento, el Ristorante Punto e Pasta, situado un poco más arriba en la misma calle principal.
La comida resulta todo un acierto. Compartimos dos ensaladas—una verde y otra con berenjena y calabaza a la plancha—y disfrutamos de cuatro platos de pasta con el condimento más emblemático de Cetara: la colatura di alici. Este producto, heredero directo del garum romano, se obtiene mediante un proceso de fermentación de anchoas en salmuera, lo que le confiere un sabor intenso característico de la gastronomía local. Como aperitivo, el dueño nos obsequia con una pequeña tapa de queso de búfala con anchoa, que nos parece exquisita. Para cerrar la comida, nos ofrece unos chupitos de limoncello, poniendo el broche perfecto a nuestra experiencia culinaria en Cetara.
El día avanza y nosotros, satisfechos por las experiencias vividas, nos disponemos a continuar nuestro camino. A poco más de cinco kilómetros se encuentra Vietri sul Mare, la última localidad de la Costa Amalfitana antes de Salerno y célebre por su tradición en la fabricación de cerámica artística. Este arte, cuyo origen se remonta a la época medieval, sigue siendo el alma de la ciudad, reflejado en las coloridas baldosas, vajillas y objetos decorativos que inundan sus talleres y boutiques.
Aparcamos en el parking comunale, donde nos recibe la figura del «Ciucciariello», un burro de cerámica creado en 1923 por el ceramista alemán Richard Dolker. Esta escultura rinde homenaje a un animal que, durante siglos, fue esencial para el transporte de los limones desde los empinados campos aterrazados de la región. La tradición local asegura que acariciar su morro trae felicidad y buena fortuna, por lo que no dejamos pasar la oportunidad de hacerlo.
Nos adentramos en las calles principales de Vietri sul Mare, repletas de tiendas que exhiben la célebre cerámica vietrese, reconocida por sus vibrantes colores y sus diseños que combinan influencias árabes y renacentistas. Buscamos alguna pieza que nos sorprenda, pero, a pesar de la diversidad de motivos y formas, ninguna termina de convencernos.
Hacemos una pausa en una pequeña terraza para disfrutar de un café. Pedro, el afable camarero que nos atiende, nos explica con entusiasmo las diferencias entre las variedades de espresso italiano y nos introduce en los matices del café lungo, una opción más suave y alargada que el tradicional espresso, pero sin llegar a ser un americano.
Nuestra siguiente parada es la fábrica Solimene, uno de los centros cerámicos más emblemáticos de la ciudad. En teoría, este espacio ofrece la oportunidad de observar a los artesanos en plena labor, pintando a mano cada pieza con la destreza adquirida tras generaciones de práctica. Sin embargo, nuestra visita resulta decepcionante: ni rastro de artesanos en acción ni de piezas que despierten nuestro interés.
Proseguimos nuestro paseo y hacemos algunas fotografías en las terrazas de la Villa Comunale, cuya decoración cerámica capta nuestra atención. Desde allí, se divisa el puerto de Salerno, una ciudad que, a lo largo de la historia, ha sido un enclave estratégico tanto para el comercio marítimo como para la defensa costera.
Volvemos sobre nuestros pasos y entramos en varias tiendas más, pero sin éxito en nuestra búsqueda. Finalmente, decidimos emprender el regreso. Tomamos la autopista y, en aproximadamente veinte minutos, llegamos a nuestro alojamiento.
Ya en casa, nos damos cuenta de que nos faltará pan para el día siguiente. Javier y Antonio se aventuran a cruzar la carretera—sin semáforo ni paso de peatones—jugándose, literalmente, la vida en el intento. Encuentran una panadería donde les atiende un panadero encantador que les ofrece probar un trozo de pan.
Aprovechamos para comprar una cerveza y una bolsa de taralli, unos pequeños y crujientes anillos de pan, típicos del sur de Italia, que suelen aromatizarse con hinojo o pimienta. Regresamos con nuestras provisiones, conscientes de que la jornada aún no ha terminado: hay que preparar la cena y los bocadillos para el día siguiente.
El objetivo está claro: partir a las 7:30 h rumbo a Roma, desde donde tomaremos nuestro vuelo de regreso. Con la sensación de haber exprimido al máximo cada rincón de la Costa Amalfitana, nos retiramos a descansar, listos para el regreso.
DÍA 7: VIERNES 5 ABRIL: REGRESO A CASA

Apenas despunta el día cuando, tras un desayuno rápido, a las 7:30 h, estamos cargando las maletas en el coche. Antes de partir, dejamos los 30 euros del aparcamiento a Gaetano y depositamos las llaves del apartamento en una repisa del garaje, siguiendo las indicaciones acordadas. Todo parece marchar según lo previsto, hasta que Javier nos hace una revelación inesperada: hemos cometido un error con la hora de salida del avión. No es a las 13:00 h, como creíamos, sino a las 10:55 h.
El margen de maniobra se reduce a la mínima expresión. Sin tiempo que perder, nos incorporamos de inmediato a la autopista con la esperanza de acortar la estimación del navegador, que calcula nuestra llegada al aeropuerto a las 10:16 h, justo cuando cierra la ventanilla de facturación. La tensión en el coche es palpable.
A medida que nos aproximamos a Roma, los habituales embotellamientos de la capital italiana ralentizan nuestro avance. En medio de un manojo de nervios, realizamos una última parada para llenar el depósito antes de devolver el vehículo en la oficina de Rent-a-Car. El navegador no se equivoca: llegamos a la hora exacta prevista. Sin embargo, pese a que Lola y Antonio, animados por nosotros, se apresuran a correr hacia la terminal y las pantallas del aeropuerto les dan un breve atisbo de esperanza porque nuestro avión aparece con retraso y aún en proceso de embarque, el personal de la aerolínea les niega la posibilidad de facturar, obligándoles a asumir la evidencia de nuestra mala fortuna: hemos perdido el vuelo.
Entre tanto, para nosotros, la entrega del coche de alquiler se convierte en una experiencia frustrante. Tras un escrutinio exhaustivo, el personal de la empresa descubre una pequeña raya cerca de un embellecedor. A pesar de nuestras protestas, insisten en hacernos firmar la existencia del supuesto daño y lo valoran, de manera desproporcionada, en 460 euros (ahora entendemos la insistencia poco usual en que contratáramos con ellos el seguro a todo riesgo). Sinceramente pensamos que esa mini raya semioculta les está haciendo ganar mucho dinero. No creemos que seamos los primeros a los que se la cobran, ni tampoco los últimos. Nosotros estábamos muy tranquilos mientras revisaban el coche conscientes de que no habíamos tenido ningún incidente y el coche había pasado las noches en un garaje privado cerrado y ellos fueron directos a la raya como si ya conocieran su existencia. Otra cosa extraña es que siempre que alquilamos coches la devolución es muy ágil, normalmente dejando las llaves en un buzón, pero esta vez insistieron mucho en que nos esperáramos para revisar el coche con nosotros.
Como no podemos hacer nada pedimos la factura para solicitar la devolución de franquicia a nuestra empresa aseguradora (cosa que harán puntualmente en unos días).
Reunidos de nuevo los cuatro, nos dedicamos a buscar otro vuelo de regreso y por suerte lo encontramos sin problemas, eso sí, unas horas más tarde. Es un vuelo con Vueling para las 19:00 h, que decidimos contratar de inmediato.
Con la situación bajo control, nos sentamos a esperar pacientemente la apertura de las ventanillas de facturación, registramos nuestras maletas y, liberados de la carga, cruzamos el control de seguridad para esperar la salida del vuelo.